Hay una frase de Jackson Brown que me encanta, dice: «cuando la mejor del mundo visite tu ciudad, compra entradas». Una idea que me conecta con este café ya que, de algún modo, uno se siente un privilegiado cuando escucha durante una hora a Dores André (Vigo, 1985); bailarina principal del Ballet de San Francisco desde 2014 que, en la actualidad, está considerada una de las diez mejores bailarinas de ballet del mundo.
Fotografías del encuentro / Ricardo Lede / 2022
Antes de leerla, me veo en la necesidad de contarte cómo llegó al encuentro ya que, a veces, como decía Tom Peters, «los pequeños detalles marcan las grandes diferencias». Así, cargada con una bolsa de churros y cinco cafés para todo el equipo, atravesó la puerta con una sonrisa que iluminó el teatro entero (como cuando sale a bailar). Si ella me lo permite, te confesaré que su curiosidad casi hizo que empezásemos tarde.
Ella quería saber más sobre la historia del teatro, el momento cultural de la ciudad o la técnica para colocar las luces; yo solo veía una cosa: la curiosidad de la excelencia.
Quizás por ello, resulte doblemente curioso comprobar cómo restaba importancia a nuestras preguntas: Dores, ¿cómo es llenar el teatro Bolshói?, ¿qué se siente bailando para mil personas en Florencia? A ella le fascinaba cómo trabajaban los demás.
Lleva más de media vida bailando por todo el mundo, pero cuando le preguntas por Galicia, dice: «é moito». Una persona inteligente, reflexiva, sincera y valiente que se sentó en el maravilloso Teatro Afundación de Vigo (gracias, Cristina) con ganas de, algún día, bailar en casa. A ti y a mí nos queda el reto de hacerlo posible. Mientras, que este encuentro te inspire tanto como a todas las personas que estábamos allí.
/ Si lo prefieres, puedes ver el vídeo de la entrevista o escuchar la conversación completa.
JC: La base de este espacio es el talento y, por eso, empiezo con una consulta muy directa: ¿puede llegar cualquiera?, ¿es innato?
DA: Todo el mundo puede llegar a donde cada uno puede llegar. Hoy en día, la danza clásica sigue teniendo un canon específico en el que, por tu físico y por la forma en la que uno aparenta, tiene más o menos facilidad para llegar a determinados papeles.
A mí me gusta bailar más que a mucha gente, pero a todo el mundo le gusta bailar. ¿A quién no le gusta bailar?
Que te guste hacerlo a nivel profesional, eso me lo he planteado yo también. Después de 20 años, durante la pandemia, lo pensé, pero me encanta bailar. Me gusta ir a clase y me gusta la rutina de mi día a día. Además, como tengo suerte y no me duele el cuerpo, me encanta.
JC: Me parece increíble que no te duela después de veinte años, creo que cualquier actividad llevada al extremo debe tener un coste, ¿es solo suerte?
DA: Hay parte innata, mi musculatura aguanta mucho, nací así; pero luego me enseñaron bien y a mí, para bien o para mal, los excesos no me encantan.
Cuando me canso demasiado o veo que no estoy concentrada, bajo la energía; eso son años de ver y practicar, no puedes estar siempre al 200%.
Obviamente, lo que tú haces con tu cuerpo es parte de ti. Yo no soy creyente y, por eso, me gusta la idea de que el consciente está en nuestro cuerpo; serías diferente con un cuerpo diferente.
Tú eres quien eres y tienes la personalidad que tienes porque tienes el cuerpo que tienes. Por eso, decir que tu cuerpo y la manera de moverte no tienen que ver contigo, no tiene ningún sentido. Si te mueves de una manera, también te vas a sentir de una manera.
JC: Estás considerada por grandes profesionales como una de las diez mejores bailarinas de ballet del mundo, ¿cómo empieza esto?, ¿cuándo descubres esta fortaleza en ti?
DA: Creo que desde pequeña tenía, como se dice aquí, xeito. La profesora de educación física siempre me decía: «Dores, enseña». Aprendí a moverme rápido, a copiar rápido, corría rápido, nadaba bien. Me daba cuenta de que me sentía bien moviéndome. Luego, en Zaragoza, ya empecé a tomármelo en serio.
Es como si tienes un piano y no está afinado, lo tocas y suena, pero no suena bien. Cuando alguien lo afina o te enseña a afinarlo, entonces sí. Cuando empiezas a darte cuenta de las sutilezas que puedes hacer con tu cuerpo, atrae.
JC: He tenido la suerte de verte actuar y, cuando apareciste en escena, creo que las dos mil personas que estábamos allí pudimos intuir que disfrutabas. Desde la total ignorancia, sentí que otras personas «solo» hacían su trabajo.
DA: Yo también he tenido días de hacer mi trabajo, porque todo el mundo tiene un mal día, pero a mí siempre me han gustado los bailarines generosos; se nota si estás compartiendo tu energía.
Y, a veces, por muchos motivos, no porque no sean personas generosas, no es así. Quizás les duele algo y están concentrados en no hacerse daño o están cansados. Esos son los días en los que yo digo que hay que bajar al 120%.
Tenía una compañera de camerino muy top, Maria Kochetkova, que siempre me decía: «hay que bailar al 75% en el escenario, pero hay que entrenar al 300%».
El año que vino ella, yo mejoré mucho. Está bien ensayar al 300%, porque si quieres hacerlo todo el día de la función, no vas a poder. El día que tienes que bailar, te relajas y lo haces.
JC: Con 12 años te becan para ir a Zaragoza; me parece un tema muy interesante a nivel familiar ya que, aunque sentí que tus padres te respetaron, me gustaría saber tu punto de vista, ¿cómo se gestiona algo así en casa?
DA: Pasó, nunca creí que iba a pasar cinco años allí, que me iba a ir por todo el mundo o que me iba a dedicar a esto.
Cuando me dieron la beca era muy pequeña, así que mis padres no me llevaron a Zaragoza hasta el año siguiente, que un día aparecimos por la Escuela de María de Ávila y entramos por la puerta; es como ir al Fútbol Club Barcelona y entrar por la puerta. Era una escuela seria y mi padre llegó y dijo: «aquí está la niña».
Recuerdo que María de Ávila nos puso donde nos tenía que poner, diciéndole a mi padre: «¿qué se cree que es esto?» Luego me enseñó a bailar.
JC: Desde fuera, con mi prejuicio, veo casos de padres o madres que, cuando tienen un hijo que destaca tanto, fuerzan o presionan. Hablé con tus padres para esta entrevista y noté que lo vivieron justo desde el otro lado: «aprovecha esta temporada».
DA: Para bien o para mal, en la danza tampoco es que digas: «¡lo veo!» ¿Qué ejemplos hay? Incluso yo, estando en la escuela de ballet, lo veía imposible. María de Ávila, siendo todo lo seria que era, decía lo mismo: «aquí no se asegura llegar a nada, aquí enseñamos disciplina y razones por las que bailar».
Es así, fuimos a probar, como se debe ir a todo, porque seguridades en esta vida hay pocas, y más en algo como el cuerpo, que te puedes romper una pierna o no sabes cómo vas a crecer.
Finalmente, ese mes, que en un comienzo solo iba a ser julio, se transformó en que me gustó y me quedé cinco años. Después Florencia, Londres, San Francisco y hasta hoy.
JC: ¿Cuál es la exigencia de todo esto? Sé que tú la llevas bien, pero hablamos del máximo nivel, ¿cómo es tu proceso estos veinte años para aguantar?, ¿cuál es el coste?
DA: Coste, el tiempo; pero ese coste lo veo ahora. Ahora empiezo a notar que necesito más tiempo para mí; antes me parecía muy normal no salir o no estar aquí con mi familia. El ballet es estricto, pero tampoco lo veo como un coste, aunque ahora puede que las prioridades empiecen a cambiar. Mi manera de llevarlo ha cambiado bastante.
Antes pensaba que cuanto más, mejor: llegar la primera, salir la última. Ahora me doy cuenta de que, a veces, merece la pena saber que si no estás, es mejor bajar.
Si no vamos a aprovechar, no tiene sentido. Trabajar seis días a la semana, cuesta. Ahora, por ejemplo, que estoy de vacaciones, estoy fuera de forma y me va a costar un mes y medio volver. A veces hay culpa, pero necesitas parar; parar es importante.
Cada vez que te tomas dos o tres semanas libres, tienes que multiplicar por dos lo que te va a costar volver.
JC: Una de las cosas que, desde fuera, veo en el ballet, es esa disciplina y cultura de esfuerzo, ¿cómo se combina esto con la salud mental?
DA: Empieza a cambiar. Hasta yo tengo esa cosa de pensar que salud mental y danza no van bien; el mensaje es «hay que ser duro», pero cuando me paro a pensarlo, me parece una tontería. Se puede combinar y mejoraríamos mucho; tengo ejemplos de personas que han ido a psicólogos deportivos y han mejorado mucho simplemente con darse así mismos el tiempo y el espacio necesarios. Decir: «hoy me voy a mi casa porque me encuentro mal», significa que al final acabarás rindiendo mejor toda la semana.
¿Qué significa ser blando? La dureza no significa que vayas a hacerlo mejor.
Existe esa negatividad de «no es suficiente», de que nunca te digan que lo que haces está bien. No me refiero a que te lo digan todo el tiempo, que tampoco, pero decir «bien» una vez a la semana creo que ayudaría.
JC: ¿Por qué nos cuesta ver esto?
DA: Porque la clase «es seria»: «no te rías», «no hables con nadie». Yo soy la primera que pide que no le hablen cuando necesita concentrarse, pero si sabes que no te vas a concentrar, vete atrás y aprovecha para hablar con tus compañeros. Creo que lo que se ve como malo, en realidad, es algo importante.
Si no estás de 300%, si estás de 120%, aprovecha y mejora otra parte de tu trabajo como conocer a tus compañeros, como tener amigos en el trabajo, porque tiempo de tener amigos fuera, hay poco.
JC: Tú me has hablado mucho de la comparación como síntoma de falta de salud mental. Sin embargo, estáis en un ámbito de mucha comparación y mucha competencia, ¿cómo se lleva esto con el equipo?
DA: La falta de comparación es la llave del éxito; cuando empiezas a compararte, vas a hacer las cosas por otros y como otros las quieren, en lugar de como tú crees que deberías hacerlas.
Hubo un año en que practiqué solo decir cosas buenas de la gente cuando las veía bailar, y funcionó. De alguna manera, cuando la gente te mira, supones que está diciendo cosas buenas. Fue un truco, un experimento que hice y que desde aquella practico; cuando veo a alguien bailar, no voy a hablar mal; porque si empiezas a decir cosas malas y ver lo negativo en la gente, te ves peor a ti también, asumes que los demás también te están viendo los fallos, y vives tapando fallos.
Mi lema es: caerse bien. Caerse con estilo, eso es bailar; es caerse con estilo. Porque te vas a caer, todo el mundo se va a caer.
En el ballet, la perfección no existe, es imposible. Estoy segura de que si le preguntas a Marianela Núñez, una referencia, te puede decir ocho mil cosas que está haciendo mal. Yo es algo que estoy intentando cambiar, salir de las obras y, en lugar de decir lo que está mal, hacer una lista de lo bueno.
JC: Pero, ¿es eso lo que te trajo aquí? Es decir, si con dieciocho años tuvieses esta madurez, ¿bailarías y habrías llegado aquí?
DA: Esa es mi duda cuando le digo a la gente que no sea tan dura consigo misma; aunque también he visto a muchas personas no llegar porque se queman y lo dejan. Por eso me parece que hay que hacer un equilibrio de las cosas; hay que exigirse, pero creo que tiene que gustarte.
JC: ¿Pensaste en dejarlo?
DA: Un montón de veces, pero al final me gusta bailar. Pienso en dejarlo y luego digo: un añito más. Creo que Giselle es la única obra clásica que no hecho que me gustaría hacer, pero ahora me gusta más crear.
JC: Te gusta innovar, desafiar, confrontar y eres muy activa también en cuanto a derechos sociales dentro del ballet se refiere, ¿cómo se lleva esto con lo clásico y la norma?
DA: Si algo te gusta y crees que tiene que cambiar para sobrevivir, lo tienes que hacer. Yo soy de las que cree que si no cambias cosas, hay instituciones que desaparecen, y con razón.
Me encanta bailar, pero el ballet, a día de hoy, o como se entiende en algunos sitios, no sirve. Sirve para estar en un museo, pero no como representación de lo que yo creo que es el arte.
El arte y la comedia para mí son lo mismo; tienen que ser contemporáneos de sus tiempos; algo que hizo gracia hace cincuenta años, a día de hoy es raro que haga gracia. Y para mí ese el fin del ballet, ser esponja de sus tiempos, representar sus tiempos o tiempos a venir, pero no está pasando en todos los ballets.
Comenzamos a hacer obras que representan un poquito más los deseos humanos del momento, pero hay otras que no. Empecemos ahí, en ser conscientes de lo que estamos haciendo en lugar de decir que es un arte de museo; porque si es un arte de museo, dejémoslo en un museo.
JC: Con lo que estás diciendo, entiendo que hay gente amante de lo clásico revolviéndose.
DA: Obviamente. Pero lo clásico no quiere decir nada. Las palabras que usamos son clásicas, el vocabulario castellano o gallego no ha cambiado tanto, pero lo que dices puede cambiar.
Entonces, el vocabulario clásico de ballet no debe cambiar, me parece estupendo, usa los pasos, pero cuenta otras historias. Hazlo nuevo.
JC: Hoy estamos en este Teatro Afundación de Vigo, en tu ciudad, y me pregunto: ¿cómo puede ser que hayas llenado en Florencia, Islandia, Londres o en el propio Bolshói, y aquí no hayas actuado todavía?, ¿qué tiene que pasar para que esto se llene para verte?
DA: En Rusia el ballet tiene un gran estatus y, además, es accesible. Tienes que verlo desde pequeño porque no vas a ir a algo de lo que no sabes. A todos nos gusta el cine porque todos hemos visto películas.
Si en La 1 pusieran danza una vez a la semana, ¿qué pasaría? Si a la gente del Ballet Nacional de España la proyectasen en una pantalla gigante en el retiro y cuatro parques en España, ¿qué pasaría?
¿Cuánto puede costar? Claro que cuesta, pero estás educando a un país; eso para mí merece la pena.
JC: Yo tuve un sentimiento de vergüenza personal cuando me enteré de que una de las diez mejores bailarinas del mundo era de Vigo y yo no la conocía. Empecé a replantearme por qué pasa esto y cómo puede ser. Dores, ¿por qué no hay esas pantallas?
DA: Es difícil. Lo malo es que me acostumbré a esto, venir aquí y que sea así me parece normal, ya ni me lo planteo.
Me encantaría. Me encantaría venir aquí a bailar, sería genial; porque además yo soy de aquí, yo conozco la cultura de aquí, podría hacer obras para el público de aquí.
Se pueden traer obras que resonarían con la cultura gallega o española; estaría guay. De ahí a que pase, es difícil. A mí me encantaría. Además, las ruedas empiezan a girar al ver este teatro.
JC: Encarando el final de este café, me gustaría preguntarte: ¿qué tres consejos te darías a ti misma como futura coreógrafa?
DA: Yo sé lo que todo el mundo te va a decir que tienes que hacer: probar, hacer y darle tiempo. Aprender.
Nadie es original, todo empieza por una copia. Cuando haces algo en tu propio cuerpo, la copia ya no es copia; no importa el baile que hagas que, cuando lo haces tú, ya es diferente.
Y cuando tú se lo enseñas a alguien para que esa persona lo haga, la manera en la que lo coja también va a ser diferente. Es como la traducción de un movimiento, como el juego de pasar la palabra, lo que queda al final nunca va a llegar igual.
JC: Si ahora vamos hacia atrás, ¿qué consejo le darías a alguien que con dieciséis o con trece, ve el baile como una opción?
DA: Para empezar, a mí me parece que bailar debería ser obligatorio. No digo baile clásico, sino bailar: baile galego, flamenco o cada uno el que le guste. Me parece que bailar viene bien al cuerpo y a la mente. Por salud, por educación física, por estar presente en tu cuerpo, me parece un ejercicio estupendo.
Después, si crees que es una opción de vida, no creo que haya ningún secreto. Si te gusta, hazlo; si no, no. Hay que dedicarle muchas horas y hay que dedicarle mucho tiempo. El ballet es como todo, no es nada único.
Si te gusta, hazlo; si no te gusta, no lo hagas. Porque si no te gusta y lo haces porque eres bueno, te vas arrepentir.
JC: Aunque con treinta años te graduaste en Diseño Industrial, hay una cosa que me gusta mucho de ti y es que has desarrollado una carrera profesional con una exigencia que implicó dedicación total, ¿cómo llevaste en su momento el peso social de dejar de estudiar?
DA: Una vez que tenía un trabajo, mis padres se dieron cuenta de que por dejar de estudiar no pasaba nada. Yo también era aplicada, pero vivieron varios comentarios complicados de bastante gente por no ir a la Universidad.
A mí, esta idea de que por tener un título en un papel sabes más que alguien que no lo tiene, no me gusta; nunca me ha gustado. Esta persona vale ahora que uno de fuera y lo dice; ahora sí, ahora vales.
En el ballet, como no tenemos el título universitario «somos menos», cuando yo llevo trabajando más tiempo que la gran mayoría. Sé más de música, de historia o de geografía que la gran mayoría.
Entonces decir que por no tener un título universitario vales menos, me molesta. Otra cosa es que, después, yo tenga una curiosidad personal que me llevó a estudiar por mi cuenta.
JC: Si esta fuese la última entrevista que das, ¿qué dejamos grabado?
DA: Me cuesta mucho elegir una cosa. Creo que hay que apreciar lo que se tiene y darse cuenta de que tampoco hay que ir tan lejos para encontrarlo.
Lo primero para cambiar las cosas, para mejorar, no solamente es ser conscientes de que están. Primero hay que pensar qué hay que cambiar, qué necesitamos cambiar para, desde ahí, tomar un paso y hacerlo. Con decir «creo que», con pensar, no llega. Porque todos en casa pensemos cómo mejorar culturalmente Galicia, el mundo o el arte, no llega.
Por ejemplo: ¿el arte es necesario?, ¿es una prioridad? Cuando la gente no tiene trabajo después de dos años de pandemia, ¿es el ballet necesario? Para mí sí y, aunque mi posición es subjetiva, se puede tener una conversación.
¿Es el ballet necesario? Para mi sí lo es porque la única manera de diseñar nuevos futuros es con ciencia ficción y arte. Pensar fuera de los bloques porque, si solo piensas en lo posible, de lo imposible no serás capaz.
Y, luego, alguien lo tiene que hacer. «Yo pienso», «yo digo», pero luego necesitamos a personas que hagan.
Gracias por su visita.
Escucha la conversación completa aquí: Ivoox / Spotify
Puedes ver el vídeo completo del encuentro. Producción y vídeo realizado por miraveo
Consulta las fotografías de la entrevista. Sesión realizada por Ricardo Lede
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